Medellín | Antioquia

septiembre 14, 2023

Después de veinte años, la familia González Parra recibió el cuerpo de uno de sus hijos desaparecido en el oriente de Antioquia

La familia espera encontrar los cuerpos de tres hijos más, desaparecidos por distintos actores armados entre el oriente antioqueño y el departamento de Caldas.

Al llevar el cofre con el cuerpo de su hijo, María Inés recordó la sensación de cuando lo cargaba siendo un bebé. 

Caminó veinte metros con una pequeña caja de madera, rodeada por una cinta con el nombre de Francisco Javier González Parra y un par de ramilletes de flores rosadas y blancas. En esa distancia, entre el templete del Cementerio Universal de Medellín y el Mausoleo Ausencias que se nombran, tuvo la sensación de que cargaba a su bebé y no al muchacho de dieciséis años que inhumaron en el camposanto como si fuera un guerrillero. 

Una vez se percató del osario donde dejaría el cuerpo de su hijo, María Inés levantó el hombro derecho y secó sus lágrimas en su camiseta negra; un sacerdote le roció agua bendita al cofre antes de que ella lo empujara hasta el fondo. Durante casi veinte años el cuerpo de Francisco estuvo en la fosa 5.847 de la zona 27 del cementerio, como un cuerpo no identificado. Ahora, su madre sabe que este osario tendrá el nombre de su ‘Francisquito’, de su ‘Bombón’, de su muchacho.

Foto: Comunicaciones UBPD

La guerra en Colombia muchas veces es un sabueso que no le pierde el rastro a quienes huyen. Por más que las familias corran, por más que se escondan, la desgracia al fin tocará su puerta. Hace 27 años María Inés huyó con su familia de un pueblo del occidente de Antioquia por los combates recurrentes y el miedo en el que vivían entre grupos armados. Se desplazaron para salvarse, permanecieron pocas semanas en Medellín hasta que un hijo encontró una tierra promisoria hundida en el bosque, entre Cocorná y San Francisco. La guerra los alcanzó allí. Llegaron once, cuatro no sobrevivieron. 

Antes de la ceremonia de despedida, María Inés no soportó ver la pequeña caja cerrada y decidió abrirla, saber qué contenía, cuáles huesos de su hijo había sobrevivido a casi veinte años bajo la tierra. Encontraron unas botas y una de sus hijas, María, dijo de inmediato que no eran las botas de su hermano. 

Esas botas se pueden dejar— dijo Roelí, uno de los hermanos.

¿Para qué? Si no eran las botas de él — respondió María de inmediato.

Esas no son las botas — repitió la mamá.

María había hablado con un poco de frustración. Si bien era una adolescente, no puede olvidar el 30 de agosto de 2003. Sabe que Francisco salió en una mula a trabajar a una finca y que no regresó a la casa. Esa noche escucharon ráfagas de fusil que provenían de la montaña en la cual estaba el Ejército. El miedo fue tal que no pudieron salir a buscarlo. 

Foto: Comunicaciones UBPD

A las seis de la mañana un soldado llegó a la casa y les pidió una mula prestada para llevar una carga. Una hora después, mientras María conversaba con una amiga de la vereda, se acercó un soldado que cortejaba a la vecina. En la conversación, él contó que en la noche habían matado a un guerrillero. De inmediato, María reconoció la mula en la que llevaban un cuerpo. Supo después que la carga, ese cuerpo atravesado en el lomo del animal, era su hermano Francisco. Guerrillero no era, lo sabía. Los soldados lo llevaron hasta una zona plana en lo alto de una montaña y del cielo bajó un helicóptero que terminó de desaparecerlo. 

La familia siguió el rastro de los soldados y subió hasta el alto. En el suelo encontraron incineradas algunas prendas de Francisco, la camiseta que su hermana María le había prestado días antes y las botas pantaneras con rotos por los que introducía un cordón, para luego amarrar y evitar que se le metiera la tierra. Por eso María dijo que las botas del cofre no eran las de su hermano. Tenía razón. A Francisco el Ejército lo había despojado de algunas prendas, de su identidad, de su propia vida. 

Luego de la muerte, la familia huyó de la vereda para salvar su vida. María Inés tomó una ruta con sus hijos más pequeños, mientras dos de sus hijos, Roelí y Emilio, se vieron obligados a huir desplazados cruzando el Páramo de Sonsón para salir por el departamento de Caldas. Pero en zona rural de Pácora, Roelí cree que a su hermano lo desapareció la guerrilla de las Farc, pues lo único que pudo hacer fue correr para salvarse. Por eso la guerra es como un sabueso que no pierde el rastro, porque, además de Francisco y Emilio, en octubre de 1999 José Luis, el hijo mayor, fue desaparecido en el municipio de Rionegro; y en el 2003, entre abril y diciembre, fueron desaparecidos Jorge Enrique, Francisco Javier y Emilio Antonio.

A los meses de la desaparición de Francisco, los sobrevivientes se reencontraron en Medellín y allí intentaron rehacer sus vidas: hacer una nueva, pero atados al pasado, a la incertidumbre de no saber dónde estaban los cuatro integrantes de la familia que faltaban.

En el 2008, una persona conocida de María Inés le comentó que en el Instituto Nacional de Medicina Legal había una foto de Francisco. La madre fue hasta allí, le mostraron un álbum y reconoció la imagen de su hijo. Fue tal la sorpresa que también vio una foto de su hijo Jorge Enrique. Los funcionarios de Medicina Legal le tomaron muestras de ADN y le explicaron que el cuerpo que el Ejército había llevado al Cementerio Universal el 17 de septiembre de 2003 correspondía a su hijo. 

Fue hasta el 15 de diciembre de 2021 que la Unidad de Búsqueda recuperó el cuerpo de Francisco, en articulación con la Alcaldía de Medellín que apoyó la participación de la familia. Encontraron el cuerpo envuelto en un plástico negro, desnudo, en mal estado de conservación. Algunos de los huesos no se encontraron. En la muñeca del brazo izquierdo conservaba un reloj de color negro y, sobre la pelvis, un rótulo en el que se leía: “NN VARÓN DE 15 A 20 AÑOS APROXIMADOS”

Foto: Comunicaciones UBPD

En la investigación humanitaria, los profesionales de la Unidad de Búsqueda corroboraron la importancia de comprender las dinámicas de la desaparición en relación con las personas desaparecidas en medio de hostilidades, bien fueran combatientes o civiles presentados como combatientes, como sucedió con Francisco. Porque uno es el lugar de desaparición y otro el del posible hallazgo, por el traslado que realizaron del cuerpo, haciendo más difícil que la familia encontrara a su ser querido. 

Este momento ya llegó— dijo María Inés entre lágrimas, mientras un sacerdote celebraba la misa de despedida de Francisco. 

El pasado 8 y 9 de septiembre la familia recordó gran parte de su vida. Cuando vivió en el Oriente antioqueño, María Inés era feliz en las madrugadas preparando las arepas para el desayuno de sus hijos; María recordó lo cansón que era Francisco, las bromas y la sonrisa que no le faltaban, la aversión que le tenía a los gatos; Roeli recordó la cruz tatuada de su hermano en el antebrazo izquierdo, las veces que recogían guayabas en el monte para venderlas en la zona urbana de San Francisco. 

Foto: Comunicaciones UBPD

La mamá también recordó dos momentos que le producen un dolor que se manifiesta con lágrimas. Los días en que desaparecieron a Francisco, el Ejército se bañó en su casa y después ella les prestó una mula para llevar una carga. Luego supo que era su hijo muerto. “Mire cómo me pagaron”.

El segundo momento, del cual no tiene una respuesta, sucedió poco antes de la desaparición. 

Un día ‘Francisquito’ me dijo que quería irse, pero no me dijo para dónde. Quizás era algo que presentía. Luego me dijo que quería conocer el municipio de Nariño. A mí me pareció muy extraño. Eso aún me llama la atención. Ese se convirtió en un viaje sin regreso, se convirtió en su muerte.

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