Esa mañana la familia madrugó desde la vereda San Agustín del municipio de Villanueva, al sur del Casanare, para no llegar tarde a la anhelada cita con Marisol. El color blanco resaltó entre la ropa que decidieron llevar puesta para la ocasión.
El reencuentro fue en un íntimo salón de un hotel de Villanueva. En este espacio privado, la calidez y el sentimiento filial se mantuvo presente entre doña Leonor, sus hijos, nietos, bisnietos y sobrinos. Mientras recordaron esos momentos especiales que vivieron junto a ella, la nostalgia apareció entre lágrimas y risas.
“La música de ella era la norteña”, dijo uno de los hermanos mientras sostenía la foto donde Marisol sonríe a la cámara. Llevava puesto un sombrero y cabalgaba un asno en medio del campo. Mientras pasan entre sus manos el retrato, tratan de recordar detalles de su vida. Todos coinciden en que le gustaba cocinar. Después de evocarla, se dieron cuenta que la mayoría conservan todavía objetos suyos: un caldero, una correa, uno cubiertos y una paloma blanca.
Contrario a sus tíos, Carolina, la única hija de Marisol, no conserva recuerdos de su mamá. Marisol, desapareció cuando ella apenas era una niña. Asegura que esa ausencia le cambió la vida, pero trata de mantener el lazo familiar con sus tíos y abuela. Mientras le muestra la foto a sus dos pequeños hijos, explica que su sentimiento es diferente al de sus tíos, pero igualmente los acompaña y comparte con ellos.
Es ese el punto de reflejo y comunión de las miles de familias fragmentadas por la desaparición en razón del conflicto.
Marisol tendría unos 20 años de edad cuando ocurrió su desaparición. Su familia presume que fue engañada con alguna oferta de trabajo. Lo único que todavía se preguntan es: ¿cómo pudo haber transitado por un corredor vial desde Casanare hasta el Meta sin ser vista? Pues según recuerdan, en esa época los grupos subversivos tenían el control total de las vías locales y los ciudadanos no podían movilizarse libremente.
La investigación no judicial y humanitaria del proceso de identificación del cuerpo de Marisol fue realizada por la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), a través del grupo interno de trabajo territorial de Yopal, después de que la familia hizo la solicitud de búsqueda de manera voluntaria en 2020.
Durante este tiempo se mantuvo permanente comunicación y varios diálogos con la familia para ampliar la información para la búsqueda. También se realizaron toma de muestras genéticas por parte de la Unidad de Búsqueda que aportaron a la confirmación de identidad en una labor articulada con el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses.
“El trabajo conjunto nos permite llegar a este resultado y a un relacionamiento muy positivo con la familia que ha estado muy abierta a la búsqueda y pendiente de todo el proceso”, dijo Ibeth Cáceres, funcionaria del grupo de trabajo interno del Casanare de la UBPD y quien lideró la entrega desde la entidad.
“Ya la sacamos de esa fosa, donde no debería estar, y darle cristiana sepultura en camposanto. Ella va a descansar y nosotros también»
María Eugenia Rojas, hermana de Marisol.
Tras esta confirmación, se presentó una coincidencia de perfiles genéticos entre la madre de Marisol y un cuerpo esqueletizado recuperado por la Fiscalía General de la Nación. Como resultado de esta articulación interinstitucional fue posible la realización de esta entrega digna.
De regreso a San Agustín, los tramos sin pavimentar de la carretera provocaron que se disminuyera la velocidad de los vehículos. Durante los 20 minutos del trayecto, doña Leonor miró la ruta y aseguró que aunque la vía estaba en mal estado, en años anteriores fue peor y es el mismo camino que ha recorrido toda su vida.
Fue en San Agustín donde sus seis hijos crecieron rodeados de la vida del campo en un ambiente familiar y unido. Marisol era la menor. “Era la ‘cuba’. Después que se me desapareció, me parecía mirarla llegar a la casa”, recuerda.
En la vereda les esperaban más familiares, amigos y vecinos que acudieron a despedir a la amiga, vecina y compañera de juegos de infancia a quien muchos de ellos vieron crecer entre las escasas calles del lugar.
Las campanas de la parroquia sonaron para anunciar el inicio de la ceremonia litúrgica. Al terminar, globos blancos acompañaron el recorrido a pie hasta el cementerio, donde fue sepultado su cuerpo junto a la tumba de su papá, don José Gabriel Rojas. Marisol nació en Villavicencio pero fue criada en San Agustín, donde aún vive gran parte de su familia. Regresó para decir adiós, tras pasar más de 20 años desde su desaparición.