Maximiliano Ávila, o más bien ‘Marzo’ como cariñosamente lo llamaban sus tíos y hermanos, era uno de los cuatro hijos de la familia Ávila Barrera. ‘Marzo’ creció con sus padrinos de infancia, Joaquín y Ana Elía. Sin elegirlo, tuvo la fortuna de contar con dos familias: la de crianza y la de sangre. Aunque a veces un poco alejado de esta última, cada vez que tenía vacaciones o días libres aparecía de sorpresa para visitarlos.
Estar ausente se volvió costumbre porque doña Alicia, su madre, empezó a presentar convulsiones y ataques de epilepsia que le impidieron tener toda la atención como ella hubiera querido para sus hijos.
Ana de Dios, Efraín, Delfina y Maximiliano tuvieron una crianza carente de juegos y más bien llena de trabajo de campo. “Para ganarse la vida hay que trabajarla”, dice Delfina y eso bien lo sabía Maximiliano. Por eso cuando tuvo la mayoría de edad, comenzó a trabajar como jornalero: primero en el campo y luego en uno de los pueblos donde parecía haber más auge de trabajo.
“Conservo recuerdos en la platanera. Mientras sembrábamos arroz, jugábamos haciendo huecos para la siembra. También peleábamos en esas peleas de niños”, recuerda su hermana Delfina, quien fue la más cercana entre sus hermanos.
‘Marzo’ empezó a trabajar en Aguazul, un municipio a escasos 30 minutos de Yopal. Así fue como las visitas a su casa empezaron a hacerse más escasas. A veces entre dos o tres meses. Para el 2000, en una de esas, un conocido de la familia llegó hasta la residencia y le comentó a la familia que escuchó en la radio sobre la posible muerte de un joven que “al parecer era ‘Marzo’”. Según el conocido, los hechos mencionados eran confusos pero estaban relacionados con grupos armados.
La única referencia era que había aparecido en Aguazul y posiblemente el cuerpo estaba en el cementerio de dicho municipio. “Por ahí se la pasaba la gente esa, llevándose los muchachos y creo que en ese tiempo que reclutaban muchachos para lado y lado se lo llevaron”, dice Delfina al recordar la amarga noticia.
Recuerda también que su papá, don Santos, fue hasta el cementerio de Aguazul para intentar averiguar alguna información, pero en ese tiempo quedarse en silencio era garantizar la seguridad. Por eso, cuando estuvo tratando de indagar lo sucedido con su hermano, Delfina no encontró a nadie que le diera respuesta.
Entre la indiferencia y el dolor, pasaron los meses y los años. Siendo una familia de campo, sin conocimiento de los trámites y procesos, siguieron su vida y dejando a la resignación y el dolor de ausencia la pérdida.
Veinte años después, Delfina cuenta que recibió una llamada de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) donde se le informó de la programación de una acción humanitaria para la recuperación de varios cuerpos en el cementerio de Aguazul. Fue ahí donde revivió la esperanza de poder dar ese último adiós a su hermano.
Fue en este proceso, llevado a cabo en mayo de 2022, cuando el equipo de la UBPD pudo revisar y cruzar la información de la investigación humanitaria, la cual arrojó que uno de los cuerpos encontrados podría coincidir con el caso de Maximiliano. Luego de contactar a la familia, la Unidad de Búsqueda tuvo varios encuentros con ellos no solo para cotejar su testimonio, sino también para realizar toma de muestras biológicas que terminaron de confirmar que efectivamente se trataba del cuerpo buscado.
Durante el espacio de entrega digna, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses presentó a los familiares el informe de necropsia y, por petición de ellos mismos, las partes de las prendas que vestía Maximiliano el día de la desaparición. Una pantaloneta y un zapato fueron los elementos que todos reconocieron.
“Ya sabemos dónde estaba. Ni siquiera vamos a dudar que él es. Se ve su ropa con la que se vestía y tengo tranquilidad de que ya nos lo entregaron y podemos ir a visitarlo al cementerio”, señaló Delfina con la tristeza de la ausencia, pero la alegría de por fin hallarlo.
Después de que el sacerdote presentó el acto religioso, doña Hilda, tía de ‘Marzo’, dijo que “en la misa hubo un momento en que mi corazón sintió la presencia de él”. Para ella ese momento fue suficiente para calmar el sentimiento de ausencia y desesperanza que guardó por muchos años sobre su sobrino. Invitó a su familia a perdonar el pasado y vivir el presente.
Una de las pocas fotos de Maximiliano que aún se conservan en el álbum familiar lo muestran con un bolso pequeño de lana terciado, así lo recuerda Delfina al traer su nombre a la memoria. No hubo lágrimas, pero sí una sonrisa, unas palabras de perdón y respeto para darle el último adiós a Marzo, un adiós prolongado por 20 años, una espera que por fin termina y permite que su cuerpo repose en el cementerio de Yopal, ese lugar donde podrán visitarlo y llevarle una flor.