junio 1, 2019

‘Buscar desde el exilio es como ver a Colombia a través de una ventana’ Historia de búsqueda de Gladys Ávila

Eduardo Ávila fue mi hermano menor; desde pequeño mostró ser muy inquieto, siempre hiperactivo y diferente. Por donde pasó, dejó una huella. Era una persona de mucho corazón, con mucho valor, comprometido con las causas humanas, preocupado por la niñez. Su sueño era el derecho a la igualdad de todos los seres humanos. Me decía que teníamos que transformar el mundo, que todas las personas tuviéramos los mismos derechos. Lo decía desde los 11 años, desde esa edad hacía campañas de aseo en el barrio. Recuerdo que los domingos tocaba las puertas y les pedía a las madres que salieran a barrer el sardinel, luego él se iba con una carretilla recogiendo los arrumitos de basura. También recuerdo que se organizó con un grupo de amigos que se hacían llamar “Los Tigres” y se mandó a tatuar en el hombro una T. Fue un hermano excepcional.

Más o menos uno o dos días antes de que lo desaparecieran, estábamos escuchando canciones y yo tenía un taller donde hacía chaquetas que vendía en San Andresito. Era 1993 y mi hermano ya se había desmovilizado del M-19. Hacía unos pocos días desaparecieron a unos compañeros de él y el candidato presidencial por ese movimiento político, Carlos Pizarro, ya había sido asesinado. En medio de lo que entonces estaba pasando, le pregunté: ¿Qué haría si me desaparecieran a mí? Y él me dijo:

“Yo movería cielo y tierra hasta encontrarla”, y agregó: “Y si a mí me desaparecen, ¿sabe, loquita? La voy a hacer recorrer el mundo buscándome y, cuando regrese, voy a estar ahí”.

Así que él casi me mostró el camino. Salí al mundo a buscarlo y lo encontré torturado en la vía a El Guavio (Cundinamarca). Lo identificamos por la T que tenía tatuada en el brazo izquierdo.

Siento que la búsqueda que él me enseñó, el compromiso, la tarea y ese legado de amor, afecto y de respeto, fue mucho más allá. Mi hermano dejó mi vida marcada y cada vez que acompaño a un familiar a buscar, cada vez que le doy un abrazo, cada vez que lo apoyo, siento que hago lo correcto y que encuentro ese valor que necesito para vivir

Yo llegué a ASFADDES en búsqueda de mi hermano y me quedé buscando a los demás familiares. Me di cuenta de que la lucha iba más allá, pero luego tuve que salir al exilio. Ese fue otro momento sumamente difícil y complicado, porque ya no era ir a acompañar al familiar al sitio donde tenía que poner la denuncia o ir a hacer la declaración, sino que ya tenía que hacer muchas más cosas.

Desde que salimos de Colombia ya fuimos pensando cómo iba a ser ese momento, cuando pudiéramos reescribir nuestras historias.

Al llegar al exilio en Suecia, se inició un nuevo momento de búsqueda y “nuevas formas” de vida, porque la encrucijada de salir al exilio significa vivir soledades, tristezas, desarraigos y un rompimiento familiar. Son anhelos, son muchas sensaciones.

Somaticé todo esto y enfermé. Entonces dije: “Bueno, o me siento a llorar y esperar a que me muera, o me preocupo por mí”. Ahí es cuando uno empieza a hacer una reflexión de madurez.

Acá en Suecia me encontré con los familiares del activista y defensor de Derechos Humanos Ángel José Quintero, quien fue desaparecido el 6 de octubre de 2000. Justo yo los había acompañado en el proceso de la salida del país, y no me imaginaba que iban a terminar acá. Por eso, empezamos a organizarnos. Cuando comenzó el proceso de paz nosotros ya veníamos pensando lo que íbamos a hacer.

Me inscribí en la Universidad Complutense de Madrid (España) para estudiar Apoyo Psicosocial a víctimas de conflictos y/o catástrofes. Necesitaba formarme y fortalecerme, pero además apoyar a las familias que estaban acá. Empezamos a hacer actividades simbólicas; era como encontrar un nuevo espacio para la búsqueda, para no olvidar desde la distancia y no ver como barreras las fronteras.

Recuerdo que algún día estaba parada en medio de la nieve, en una montaña, lejísimos y la nieve me daba hasta la cintura. No podía caminar. En el medio de la soledad y de los vacíos fue como haber recordado a mi hermano diciéndome que me iba a hacer recorrer el mundo. Me miré los pies y dije: “Estoy aquí y no me voy a morir aquí, porque yo tengo que regresar”.

Yo creo que el exilio, así como nos duele y nos frustra, también nos da la posibilidad de luchar, de una forma más pausada, pero con esa tenacidad que se necesita para seguir adelante. Desde el exilio se busca con el corazón, para no dejar de amarlos, con la razón, con los pies puestos sobre el piso, reconociendo dónde estamos y con la esperanza de no perdernos para poder encontrarlos.

Lo importante es que desde el exilio se pueden construir caminos de búsqueda.

Siete años después, volví a Colombia porque necesitaba reconciliarme conmigo misma, con mi pasado, con mi familia, con mis calles y con Bogotá. Fui a visitar a algunos de los familiares, entre ellos a don Campitos, el papá de Gustavo Campos Guevara, uno de los desaparecidos del caso del Colectivo 82. Estaba ya mayor y un poco enajenado del mundo. Yo pasé a saludarlo como una cosa de respeto. Cuando entré estaba ahí recostado y al parecer casi no reconocía a nadie de la familia. Se quedó mirándome, me saludó y luego como que reaccionó y me dijo:

“¡Ay, mija! Me vino a traer razón de mi muchacho, ¿lo encontraron?”

Yo ahí sentí que mi tarea no había terminado. Eso para fue durísimo. Me dije: “No puedo quedarme quieta, no me puedo paralizar, yo tengo que seguir luchando”. Poco después murió don Campitos, entonces esto hace que uno sienta que el compromiso no va solo en su caso, sino en el caso de los demás, en el día a día, en la continuidad del tiempo, en la persistencia, en la resistencia, aprovechando las experiencias que uno se encuentra en el exilio, aprovechando las reuniones con los familiares de desaparecidos de Chile, Guatemala, Argentina, de El Salvador, que también nos nutren.

Y es que no solo en Suecia hay exiliados que tienen familiares desaparecidos. Así que un día nos montamos en el avión con la compañera Adriana ‘La Tata’ Quintero, quien tiene 7 familiares desaparecidos y dijimos: “Vamos a hacer algo que nadie ha hecho”. Nos fuimos para Madrid para saber qué familiares de personas desaparecidas hay en España. Eso nos permitió tener el contacto para hacer una correría en un carro por todo lado y, luego de eso, logramos contactar familiares de personas desaparecidas en todo Europa.  Hoy decimos que somos la coordinación de familiares de desaparecidos de Colombia en Europa. Ahora desde todos los lugares del mundo se están haciendo acciones, ya no es solamente el grupo de Suecia que se reúne con el Parlamento, sino el compañero de Roma buscando reunirse con el Papa; la de Londres con el Parlamento británico; o el de Suiza trabajando para pedir una intervención; el de Francia, de la mano de la UBPD, identificando el lugar donde esta su hermana. Cada familiar con su propia dinámica, pero no solos, trabajando en equipo.

En Colombia la misma carrera del día a día a veces hace que perdamos posibilidades de acción. Como lo dije, estando en Suecia veo a Colombia como si me sentara en la ventana: es mirar el pasado y el presente. En el pasado, las cosas que dejamos de hacer, y en el presente lo que podemos hacer para reconstruir esos momentos, para reconstruir ese imaginario que necesitamos.

Tenemos una identidad, ahora nos ponemos una pañoleta verde con el signo de interrogación. ¿Por qué nació el signo de interrogación? Porque estando en el exilio han surgido miles de preguntas: ¿Dónde están? ¿Quién los despareció? Pero también: ¿Cuál va a ser mi papel como víctima en el exterior? ¿Quién me va a dar la mano para hacer la búsqueda en el territorio? ¿Cómo voy a contactarme? ¿Qué escribo y cómo lo envío? ¿A quién contacto?

Son muchas preguntas, pero lo importante es que desde el exilio se pueden construir caminos de búsqueda, porque no es lo mismo tener la angustia de ir a hacer una declaración en el territorio o llenar un formato y no saber cómo tomar el bus pensando que me están siguiendo; mientras si estamos afuera es llenar el documento, es contar la historia, con todos los detalles, y quedarnos con la tranquilidad de que vamos a ubicarlo sin esos riesgos.

Y así como la búsqueda un día me alejó de mi familia, también me dio la posibilidad de reencontrarla. Cuando regreso de reunirme con la Unidad de Búsqueda y voy a la casa, termino como reconciliándome con ese pasado. Así que la vida misma me ha enseñado de separaciones, pero también me ha mostrado el camino de regreso a casa. Los desaparecidos son el ejemplo para mi vida. 

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