- En 1996 la guerrilla desapareció a Daniel, un conductor oriundo de Urabá que transportaba mercancía entre esa región y la ciudad de Medellín. Uno de sus hermanos lideró la búsqueda que le permitió a la UBPD recuperar el cuerpo en el Occidente de Antioquia.
- “Esto se logra a través de un proceso que involucra a las familias, a las organizaciones que buscan, a los aportantes de información, y permite que, desde la Unidad de Búsqueda, podamos dar respuesta a las familias sobre qué les pasó a sus familiares, dónde están y facilitar que recuperen sus cuerpos”, Gloria del Carmen Araque González, coordinadora del grupo territorial de Medellín.
Medellín, Antioquia, 18 de agosto de 2023 – @UBPDColombia. Decían que en algún lugar de ese potrero había un cuerpo. Decían en la vereda, decían algunos campesinos. Decían, tan seguros, pero no sabían el sitio exacto.
Ese pedazo de montaña primero fue bosque, luego cultivo, más tarde potrero. A Gerardo* le dijeron que buscarían el cuerpo de su hermano en doscientos metros cuadrados. Pero, ¡ay, si en principio creyó que era poco! Tendieron hilos de un punto a otro, como dibujando una mesa de ajedrez, y el pasto fue dando paso a montículos de tierra negra bajo un día con pocas nubes y un sol fulgurante en las montañas de Santa Fe de Antioquia.
—El área está muy grande —, le dijo Gerardo a un hermano que viajó desde Urabá. Se apartaron de los antropólogos de la Unidad de Búsqueda, de los firmantes de paz que ayudaron a ubicar ese potrero. Se miraron, casi con angustia, sin saber si al fin lo encontrarían.
—Hermano —, insistió Gerardo—, si nos toca quedarnos, nos quedamos. ¡Algo hacemos! O nos vamos y luego regresamos, pero nos quedamos hasta que lo encontremos.
Volvieron a mirar la cuadrícula, las palas que se clavaban en el pasto, los cuerpos de casi diez personas repartidas en el polígono, calzados con botas y protegidos con gorras y sombreros.
Gerardo, ya en silencio, dijo para sí: “Daniel*, muéstranos dónde estás, ayúdanos a encontrarte”.
Una búsqueda, una canción que evoca
Tres canciones vallenatas cantaba Daniel en el Pegaso, así llamaba el camión en el que transportaba mercancía entre Medellín y Urabá; o cuando se reunía con sus primos y amigos en la ciudad. Una de ellas es La Plata de Diomedes Díaz.
Si la vida fuera estable todo el tiempo
Yo no bebería ni malgastaría la plata.
Pero me doy cuenta que la vida es un sueño
y antes de morir es mejor aprovecharla.
Compró un equipo de sonido Aiwa, en ese entonces, esa marca coreana era la sensación, con la bandeja para tres cd´s. Escuchaban a Diomedes mientras departían tomando cerveza. Daniel había asumido los gastos de la casa para que su hermano estudiara la ingeniería en la Universidad Nacional, en donde estaba becado por haber obtenido el mejor puntaje del Icfes en Urabá.
Daniel no terminó el colegio cuando se enamoró del chivero que le regaló su padre en Urabá. Entre los conductores lo apodaron “Cachana” y no cachama, porque sobresalían sus dientes incisivos, como los del pez. Llegó la plata, como dice el vallenato, y luego compró el Pegaso, su camión. Tenía planes de comprar uno más, pero la vida no le alcanzó.
Un día Gerardo acompañó a su hermano de regreso a Urabá a visitar a la familia. “Mire que no me gano la plata tan fácil. En cambio, a usted le pagan por estudiar”, le dijo sonriente y orgulloso. En otra ocasión le escuchó repetir y cantar más de tres veces Tierra mala, un vallenato de despecho de Los Chiches.
Quise cultivar un amor y me he quedado solo
Creo que sembré en tierra mala o no supe sembrar
No le conoció muchas novias, a lo mejor una en el Urabá. Tuvo amores fugaces como sus viajes y sus estadías en Medellín. El Mejoral de Alejo Durán, era otro de los vallenatos que más le gustaba a Daniel. No sabemos si lo cantó el 12 de septiembre de 1997 al reunirse con sus primos y hermano en Medellín, un día antes de que Lalo*, un amigo, lo llevara a Santa Fe de Antioquia.
Yo creía que un mejoral podría curarme este gran dolor,
pero qué me va a curar si es una pena de amor.
Daniel no volvió al día siguiente, ni a la semana siguiente, ni los años que vinieron. Lalo explicó que lo había dejado en la terminal de transporte de Santa Fe, que no sabía más, que como que su amigo estaba desaparecido.
Llamadas, mensajes anónimos: ‘Daniel está secuestrado, dennos tanto dinero’. Y pagaron, porque siempre privilegiaron las versiones que decían que estaba vivo y no aquellas en las que decían que lo había matado la guerrilla.
La desaparición
Pasaron veinte años más. Un día Gerardo iba en su carro por La Bayadera, en Medellín y de lejos vio un tipo de cabello largo y dorado. Era Lalo, estaba igual, era difícil confundirlo. Lo invitó a subir al carro, para evitar que se mojara con el rocío que entonces caía.
—Gerardo, tengo que contarle algo.
Algo, dos décadas después de la desaparición de Daniel. Algo: el día que lo llevó a Santa Fe no lo dejó en la terminal, sino que lo acompañó hasta una vereda a donde lo había citado la guerrilla. Al detenerse al lado de una escuela unos hombres los amarraron y los hicieron caminar durante un día. Los separaron varios metros y a Daniel lo escoltaron varias mujeres. ¿Qué pasa?, se preguntaban a lo lejos.
Alguien le dijo a Lalo que se fuera, que a Daniel lo devolverían después. Al regresar debía decir que su amigo quedó en la terminal, y eso hizo. De lo contrario, le advirtieron, sabían dónde vivía, en cuáles lugares se reunía con sus amigos, incluso, sabían que tenía un hijo.
Entonces, Gerardo recordó la llamada de una mujer 19 años antes, que le dijo que su hermano estaba muerto.
La búsqueda
En 2019, Gerardo solicitó a la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD) buscar a su hermano y después se acreditó como víctima ante la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP).
Investigadores de la UBPD escucharon las versiones de varios firmantes de paz y aportantes de información que confirmaron que a Daniel lo enterraron en una vereda de Santa Fe de Antioquia. No había un sitio exacto. En la vereda decían que había un cuerpo en un potrero, los antiguos guerrilleros sabían que estaba allí, pero el lugar había cambiado en más de veinte años: ya no había bosque.
Delimitaron un área de 200 metros cuadrados y el 27 de julio de 2023 la UBPD fue en búsqueda del cuerpo de Daniel.
Gerardo, abrumado al ver los montículos de tierra negra, los hilos que dibujaban una cuadrícula, sin pistas del cuerpo de su hermano, le habló a Daniel: hermano, muéstranos dónde estás, ayúdanos a encontrarte.
Se preguntaba, si Daniel estaba solo en ese potrero, bajo la tierra, ¿qué habría pensado cuando caminaba por este monte? Él, que tanto miedo le tenía a la oscuridad, a dormir solo. Él, que dejó su pueblo en Urabá y se fue para Medellín a acompañar a Gerardo cuando ganó la beca. Él, que se acostaba en la misma cama de su hermano por miedo a los fantasmas, a las pesadillas o lo que fuera; él, que estiraba el brazo entre la noche para confirmar que Gerardo seguía ahí.
Sentía que era una deuda encontrar a su hermano. Su padre había muerto esperando el regreso del hijo; su madre tenía problemas psiquiátricos y había enfermado de cáncer. Por eso Gerardo más se desesperaba al no encontrar señales del cuerpo, le dolía pensar en que su madre muriera sin que Daniel regresara a casa.
Los hermanos se acercaron a unas piedras. Eran clave. Los firmantes de paz se habían referido a ellas como señal de que el cuerpo estaba cerca. El hueco en la tierra empezó a crecer, vestidos de blanco los antropólogos se adentraron y de pronto apareció un cráneo que al hermano que viajó de Urabá le pareció una piedra. Gerardo fue sintiéndose aturdido y luego su hermano y él quedaron a solas con los restos de Daniel. Le rezaron, lo lloraron.
Daniel tenía 25 años cuando lo desaparecieron. Habían transcurrido 26 años desde entonces.
Gerardo fue volviendo en sí y le dijo a Daniel, a su cuerpo, a sus restos: “Te encontramos, te cumplí”.
*Nombres cambiados para proteger sus identidades.