- El 22 de junio de 2005 fue desaparecido en la vereda La Estrella de este corregimiento del municipio de Granada, en el Oriente de Antioquia, e inhumado al día siguiente en el municipio de San Rafael.
- Pureza Idárraga, su madre, pudo despedir luego de 18 años al último de sus tres hijos. Tenía una manilla en la mano que nunca se la quitaba, la cual decía: “Dios te ama”. Y un escapulario con una cruz de madera. Las dejó en el cofre para que lo acompañen.
- El cuerpo de Jairo César fue el primero en ser recuperado y entregado a su familia por parte de la Unidad de Búsqueda en el Oriente antioqueño, región en la que hay un universo de 3.252 personas dadas por desaparecidas.
Medellín (Antioquia), 28 de septiembre de 2023 – @UBPDColombia. El calendario marca viernes 22 de septiembre de 2023. Hoy Pureza llevará al cementerio al último de sus tres hijos desaparecidos, dice ella por miembros de la fuerza pública.
No luce triste, ni siquiera se le ve llorar. En cambio, está contenta, sonríe, camina de un lado a otro, sin tiempo para desayunar. Apenas se ha tomado un tinto y una aromática. Parece presa de la ansiedad. La acompañamos al cementerio donde elige el osario 170 en el cual dejará el cuerpo de su muchacho, Jairo César García Idárraga. Volvemos hasta su casa y esperamos a que se bañe y se vista. En dos horas será la eucaristía.
Aparece de nuevo en la calle, vestida con un saco rojo y un pantalón blanco. Dirán que el negro es el color que identifica los sepelios. Pureza quiere controvertir el mensaje.
—Pureza, ¿cómo te sientes hoy? —, le preguntamos en un parque al frente de su casa.
—Me siento como la mujer más contenta, me siento feliz, como si hubiera nacido ayer. Me siento como si estuviera viviendo en el cielo.
—¿Por qué estás vestida de rojo?
—Porque estoy muy contenta, por la felicidad de tener a mi hijo que estuvo 18 años desaparecido, de llevarlo al camposanto, poder ir a saludarlo, visitarlo. Estoy de rojo porque estoy muy contenta, estoy feliz. Y la segunda razón, porque al hijo mío le gustaba el rojo, usaba camisa roja y ropa roja.
A unos metros Carlos Adán García, el padre de sus hijos, luce una camiseta tipo polo de color rojo. De las casas aparecen hombres y mujeres con camisas, camisetas, vestidos y pantalones rojos. Razón tiene alguien al decir que este pueblo está al revés: bien conservadores que son y la gente parece liberal. Este pueblo es el corregimiento Santa Ana, en Granada (Antioquia).
Pureza insiste en su felicidad. Es, por lo menos, paradójico leer a la distancia que una madre esté feliz al saber que llevará a su hijo al cementerio. La pregunta es cómo tanto dolor ahora es alegría.
La misión humanitaria para encontrarles
La investigación da cuenta de que en septiembre de 2004 el Ejército Nacional presentó a su hijo Álvaro, de 18 años, como un guerrillero muerto en combate. Su cuerpo lo llevaron al cementerio del municipio vecino de Cocorná. Ocho meses después, el 6 de mayo de 2005, también apareció muerto su hijo Javier, de 15 años. Su cuerpo lo encontraron en Granada. Un mes más tarde, el 23 de junio de 2005, desapareció su hijo Jairo César, el último de sus muchachos, un campesino de 21 años que fue arrebatado de la vereda La Estrella y que apareció muerto al día siguiente en el municipio de San Rafael.
La familia ha luchado de manera incansable para limpiar el buen nombre de sus seres queridos. Eran campesinos y trabajaban con su padre en la vereda. Los encontraron muertos, con la marca de ser subversivos.
—Entonces, con la desaparición de Jairo César, ¿te fuiste de la vereda y te viniste para Santa Ana?
—Me vine para acá, si no me vuelvo loca, porque mis hijos estaban con nosotros. Yo me enfermaba, me dolía la cabeza, me daba hasta vómito, estaba que me volvía loca. Me vine para Santa Ana a vender agua, a vender limonadas. Sufrí mucho, pero aquí estoy.
Cinco días después de la desaparición de Jairo César la llamaron de San Rafael. Le dijeron que lo encontraron muerto en la vereda El Tesorito y que su cuerpo estaba en el cementerio.
—Me dijeron que fuera a San Rafael a recoger el cuerpo. Era como un sueño. ¿Será verdad, será mentira?
No fue.
Santa Ana era considerado un pueblo guerrillero, mientras San Rafael era controlado por grupos paramilitares. Aguardó en su pueblo, del que en 2002 se habían desplazado todos los habitantes, excepto tres ancianas y un sacerdote. No era poco lo que había sucedido en el corregimiento: en 2001, las Farc liberó a 26 policías secuestrados; en 2000 y 2001, las guerrillas bloquearon el transporte y nunca más volvió un bus a comunicar a Santa Ana con Medellín; desde 2003, aparecieron los primeros campesinos víctimas de minas antipersonales. Luego entró el Ejército y convirtió a Santa Ana en una base militar. Ocuparon casas y espacios públicos y en el pueblo empezaron a desaparecer personas que nada tenían que ver con la guerra.
En 2007, el Observatorio de Derechos Humanos y Derecho Internacional Humanitario de la coordinación Colombia-Europa-Estados Unidos reseñó 110 ejecuciones extrajudiciales en el Oriente antioqueño entre 2002 y 2006. Unas 30 de estas correspondían a Granada, casi todas en el corregimiento Santa Ana. Allí nombraban los casos de dos hijos de Pureza: Álvaro de Jesús y Javier Augusto.
Lo que decía el informe era grave: de los 118 combates reportados por la Cuarta Brigada del Ejército, el 40 por ciento correspondían a ataques de esta unidad militar en contra de la población civil; mientras que de las 219 muertes en combate reportadas, el 38 % correspondían a ejecuciones extrajudiciales.
Pasaron muchos años hasta que Pureza recuperó la alegría. Encontró los cuerpos de sus hijos Álvaro y Javier y los llevó a un osario en el cementerio de Granada. Solo le faltaba encontrar a Jairo César. Si estuviera vivo, el 15 de octubre cumpliría cuarenta años.
El camino de la búsqueda y la huella en su cuerpo
El 12 de noviembre de 2020, Pureza se reunió con los investigadores de la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas que lideran el proceso de hallar a 3.252 personas desaparecidas en el Oriente antioqueño. En enero de 2021, ellos fueron a San Rafael y confirmaron que había una gran probabilidad de que el cuerpo de Jairo César estaba allí, al igual que los de dos hombres más que murieron, al parecer, en las mismas circunstancias y que hoy esperan ser identificados.
El 8 de septiembre de ese mismo año los investigadores regresaron al cementerio y recuperaron el cuerpo de Jairo César. Les sorprendió que alrededor del cúbito y el radio aún conservaba una manilla de color negro con letras rojas y amarillas. Su ropa estaba deshecha y su cuerpo se redujo a los huesos, pero la manilla había sobrevivido a la descomposición y la humedad de ese municipio rodeado de embalses e hidroeléctricas.
—Tenía una manilla en la mano que nunca se la quitaba, decía: “Dios, te ama”. Y un escapulario con una cruz de madera. Las dejé en el cofre para que lo acompañen.
—¿Por qué crees que se conservó la manilla?
—¿Qué pasa ahí? Es un misterio. Tal vez Diosito quería que la familia, la mamá, el papá y los hermanos tuviéramos una señal de que era el cuerpo de él. Cuando me entrevistaron para saber cómo estaba vestido, yo dije que se mantenía con una manilla en la mano y un escapulario.
Lo encontró.
No buscó sola a su hijo. En los últimos años la acompañó la Corporación Jurídica Libertad y la Unidad de Búsqueda que le entrega el cuerpo de su último hijo desaparecido. Jairo César fue el primer cuerpo que la Unidad recuperó en el oriente de Antioquia. Fue, incluso, el caso que permitió crear el Plan Regional de Búsqueda del Oriente antioqueño, en el cual los investigadores se basan para buscar a los demás desaparecidos. Es, además, el primer cuerpo entregado en esta región.
De la tristeza y la ausencia de casi dos décadas, ahora Pureza siente que la felicidad vuelve con ella. Quiere traer de Granada los cuerpos de sus otros dos hijos y juntarlos en el cementerio de Santa Ana con el de Jairo César. Hace poco tuvo un sueño.
—Cómo te parece que soñé con Jairo y me decía: “Mamá, déjeme en Santa Ana, déjeme en Santa Ana”. ¿Usted qué me quiere decir? Desperté y pensé que me quería decir que sus restos estuvieran en Santa Ana.
Pureza está feliz porque siente que sus hijos ya no están muertos, sino que están en el cielo, feliz porque recuperó a su último hijo, feliz porque ya no tiene hijos desaparecidos, feliz porque viste de rojo y el rojo es para ella alegría, fiesta. Ella está feliz porque Santa Ana hoy se viste de rojo para despedir a su hijo.
No se equivoca.
En un rato la iglesia estará de rojo y sobre las bancas habrá claveles blancos y rojos. En las manos de los asistentes habrá flores para acompañar a Jairo César y a Pureza hasta el cementerio.
Habrá quien diga que el negro es el color de la despedida. Sin embargo, también habrá quien diga que existe el rojo pureza, el mismo que le gustaba a Jairo César, el mismo que hoy viste la madre, el mismo que tiñe la caravana que asciende al cementerio de Santa Ana a despedir al muchacho, el mismo rojo pureza que un tiempo fue tristeza y ahora es alegría.